Por: Jerónimo Carrera
Ya se puede aseverar, con plena seguridad, que los acontecimientos cuyo desarrollo ha quedado sintetizado en la simple denominación del 23 de Enero representan uno de los capítulos más interesantes de toda la historia de nuestro país.
Por lo tanto se comprende que ahora, al cumplirse estos primeros cincuenta años de tales sucesos, sea realmente notable el interés de la joven generación por conocer más a fondo su significado histórico, y así poder extraer de ese episodio enseñanzas válidas que nos permitan evitar lo más posible errores que eventualmente puedan llevarnos a una nueva frustración de las aspiraciones populares.
Lo principal que debemos recalcar es el carácter revolucionario de esas jornadas de enero de 1958, debido sin duda por la marcada influencia que en su gestación tuvo nuestro partido comunista. De ellas no se puede decir que fueron un súbito estallido de descontento popular, espontáneo y colérico, como sí lo fueron, por ejemplo, las jornadas sangrientas de los días finales de febrero de 1989, con centenares o miles de muertos, bautizadas como “el Caracazo” pero que yo prefiero llamar “la masacre de Caracas”, algo mucho más ajustado a la verdad.
En los sucesos de enero de 1958 no hubo saqueos de comercios, ni actos vandálicos de ninguna naturaleza, sino una verdadera insurrección de las masas populares de Caracas con el claro objetivo de derribar la dictadura militar-petrolera de la pandilla perezjimenista. Mientras que en ese febrero de 1989 privó en las masas la idea de saquear en primer lugar a los supermercados y abastos, y no hubo el intento más mínimo de tumbar al gobierno de Carlos Andrés Pérez o de atacar las sedes de los partidos Acción Democrática y COPEI, que eran las dos caras de la misma moneda puntofijista. Fue esta última, claramente, una protesta popular instigada desde arriba, para pasar luego a aterrorizar al pueblo y así poder aplicar el paquete de medidas económicas del Fondo Monetario Internacional, impuestas desde Washington.
Todavía el significado más importante de lo que se conoce como el 23 de Enero, o sea su trascendencia por haber desafiado masivamente el pueblo de Caracas no meramente a un dictador sino a la dominación neocolonial yanqui, no ha sido puesto de relieve todo lo necesario. La ciudad donde John Foster Dulles había hecho condenar por la OEA a una Guatemala acusada de comunista, en la X Conferencia Interamericana, menos de cuatro años más tarde se vengó de esa afrenta expulsando de aquí a Richard Nixon aquel inolvidable 13 de mayo de 1958. Considero yo que esta acción de poner en fuga a un vice-presidente de Estados Unidos ha sido la humillación más grande que hasta hoy han tenido que sufrir los imperialistas yanquis.
Lo triste es que toda esa energía revolucionaria desplegada ese año por nuestro pueblo, y en particular por el de Caracas la Roja de entonces, no fue debidamente aprovechada para instaurar un gobierno de características avanzadas.
Los comunistas venezolanos, al examinar con criterio autocrítico la política que nos trazamos aquel año tan decisivo, hemos reconocido como factor causante de tan nefasto desenlace nuestra propia falta de audacia, por un escaso dominio de la teoría del marxismo-leninismo, que es y sigue siendo para nosotros ahora mismo, la fuente única para concebir una estrategia correcta en una situación revolucionaria.
El tren de la revolución pasa de tiempo en tiempo por un determinado sitio, y en el presente año 2008 está pasando de nuevo por nuestro país. Digo yo por eso que ojalá no lo perdamos igual como nos sucedió hace medio siglo...
P.S.- Ha fallecido aquí en Caracas la semana pasado el conocido escritor y profesor universitario Adriano González León. Estuvimos juntos en un mismo calabozo de la Digepol, allá por 1962, en la democracia adeca de Rómulo Betancourt, “por orden superior” y sin juicio legal alguno. Por supuesto, no había prensa que denunciara tales atropellos. Mis condolencias a sus familiares.
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